lunes, 14 de enero de 2013

Fe Ciega




Confieso abiertamente que en el transcurso de estos últimos años, mi concepto de inteligencia ha cambiado considerablemente, antes la concebía como una mescolanza rara de acuerdo a lo propuesto por Vernon, que en su visión, deberían clasificarse las tres principales definiciones: las psicológicas, mostrando la inteligencia como la capacidad cognitiva, de aprendizaje, y relación, es decir la capacidad de aprender y memorizar una gran cantidad de información; las biológicas, que consideran la capacidad de adaptación a nuevas situaciones es decir, aprender a manejar nuevas situaciones de riesgo basándonos en experiencia previa ; y las operativas, que son aquellas que dan una definición circular diciendo que la inteligencia es "...aquello que miden las pruebas de inteligencia", es decir cuando se suman las capacidades de conocimiento y experiencia con la finalidad de resolver problemas cotidianos.

En pocas palabras, consideraba que ser inteligente era “saber muchas cosas y que esas cosas que se saben, te ayuden a salir de situaciones complicadas”… alguien que sabe zafarse de los problemas de su chamba sin pelearse con el jefe, o contestar los exámenes sin llevar acordeón y sacar buenas calificaciones, o sacar 10 en el semestre sin hacer toda la tarea, o ganar una discusión por muy estúpida que esta pudiera resultar, me parecían muestras ineludibles de inteligencia.

Para poder encerrarlo todo en una sola idea, me fusilaré lo expuesto por Jack Block, psicólogo de la universidad de Berkeley, que estableció un tipo teóricamente puro para definir a las personas con alto CI (coeficiente intelectual) o inteligentes, en lenguaje común:

«Los hombres con un elevado CI se caracterizan por una amplia gama de intereses y habilidades intelectuales y suelen ser ambiciosos, productivos, predecibles, tenaces y poco dados a reparar en sus propias necesidades. Tienden a ser críticos, condescendientes, aprensivos, inhibidos, a sentirse incómodos con la sexualidad y las experiencias sensoriales en general y son poco expresivos, distantes y emocionalmente fríos y tranquilos».

Suena muy convincente, incluso podría agregar que me iba muy bien siguiendo esos conceptos, queriendo ser un gran hombre, llegar a la plenitud del “ser inteligente” y la verdad es que me salía muy bien, ya que aun en nuestros tiempos, la mayoría de los seres humanos con los que me he topado, siguen considerando esas actitudes, como muestras de inteligencia; palabras más, palabras menos, los inteligentes son los que se dedican a sacarle jugo a la inteligencia (bienes, cosas, logros, niveles, etc.)

Cuando los niveles de satisfacción personal no eran del todo agradables, resulta que de pronto me topé con un wey muy raro, un tal Daniel Goleman, al que se le ocurrió decir que existe una inteligencia emocional que es la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos. Goleman estima que la inteligencia emocional se puede organizar en torno a cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación, y gestionar las relaciones.

Osea que después de tanto esfuerzo por resultar una persona inteligente, por supuesto, siempre para la vista de los demás, resulta que es necesaria “otra parte” que nos hace reconocer nuestras emociones, los sentimientos y en base a ello, gestionar nuestras relaciones, es decir, en términos prácticos: aunque alguien nos cague la madre, debemos hacer lo posible por no amargarle la vida, o de plano, en un arranque de enojo, mandarlo a chingar a su madre, o un su defecto propinarle una muy buena madrina.

Pues resulta que, para los modelos puros de Block, los hombres que poseen una elevada inteligencia emocional:

«… suelen ser socialmente equilibrados, extrovertidos, alegres, poco predispuestos a la timidez y a rumiar sus preocupaciones. Demuestran estar dotados de una notable capacidad para comprometerse con las causas y las personas, suelen adoptar responsabilidades, mantienen una visión ética de la vida y son afables y cariñosos en sus relaciones. Su vida emocional es rica y apropiada; se sienten, en suma, a gusto consigo mismos, con sus semejantes y con el universo social en el que viven».

Osea que casi casi, debemos ser pura dulzura, y aunque me queda muy clara la idea, honestamente creo que seguramente al tal Goleman y al mentado Block nunca los corretearon los vándalos ardillas de su cuadra, ni les dispararon en la espalda brujitas con un globo fijado a un rollo de diurex emulando a una resortera, nomás por el beneplácito de ver llorar a un niño al que si lo querían sus papás.

Me es muy complicado determinar si me considero una persona con una elevada inteligencia emocional, me gustaría pensar que si, ya que afortunadamente tengo muchos amigos que me quieren bien y creo que mi relación con las demás personas ha mejorado notoriamente.

Pero más allá de verlo desde la perspectiva de la inteligencia emocional, debo decir que me considero un hombre de fe.

La cuál el términos sencillos podría definirse como “la suposición de que algo reflexionado por uno mismo es correcto aunque falten pruebas para llegar a una certeza sobre ese algo”.

Creo que la vida de los seres humanos se va complicando en la medida que buscamos los “por qué”, ya que considero a esa pregunta la más inútil de todas, porque nunca encontraremos el final de la misma y los pocos o muchos hallazgos sólo servirán para justificar algunas de nuestras sospechas, en pocas palabras, para pura madre.

Creo con mucha fe, que en esta vida deberíamos mencionar a cada instante los “qué” queremos e ir encontrando cada día con mucho beneplácito los “cómo” vamos a alcanzar lo que consciente y plenamente, deseamos de ella.

Tengo fe en que hay una enseñanza trascendental para mí al aguantarme de no romperle la madre al pinche indio traumado y frustrado que no quiere cooperar en la chamba; debe haber un designio oculto que me orille a no echarle la lámina a la pinche vieja que se atraviesa la calle sin siquiera voltear y fijarse que viene un coche en marcha, y todavía se indigna y te voltea a ver con cara de: “fíjate pendejo”.

Sé que hay algo más detrás de cada uno de esos detalles que le dan sabor a nuestra vida, que nuestra travesí por este mundo exige de nosotros algo mas que un gran CI, o mucha inteligencia emocional; requiere tener la enorme capacidad de profesar FE CIEGA en la humanidad y creer feacientemente que podemos tener una función trascendental en ella.

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