miércoles, 20 de febrero de 2013

Cuarto Piso



Ahora que he encontrado un medio alternativo (mis viajes de metro) para escribirme, doy rienda suelta a un tema que al parecer me resulta un tanto cuanto trascendente, y que tiene que ver con este "¿miedo?" muy particular que desde la pubertad le he tenido a cumplir años.

Desde aquellos mi años mozos, cada vez que viene esa importante fecha que nos recuerda el día en que llegamos a este planeta, en esta condición humana, llega también mi inevitable reflexión acerca de lo hecho en estos años que he tenido la oportunidad de respirar, de disfrutar de todos los placeres que nos brinda la existencia; de cumplir con las metas, tanto las auto impuestas, como las señaladas por la sociedad y evidentemente tendríamos que contemplar también aquellas situaciones esperadas por nuestra familia y nuestros seres queridos.

En aquellos años evidentemente la reflexión iba en el sentido de la integración con el núcleo familiar; es decir, saber si en ese año había sido un buen hijo, si en la escuela había sacado buenas calificaciones, situación que para ser honesto nunca fue prioritaria porque a mi me encantaba ir a la escuela, pero no precisamente a estudiar, me gustaba ir para jugar con mi cuates, para andar en el desmadre. En aquella etapa mi hambre de triunfo estaba en otro lado, estaba en el deporte, mi actividad extra curricular.

Afortunadamente mis objetivos se vieron satisfechos en esta área, sin embargo en el pensamiento de mis padres era un poco más complicado el asunto, ya que siempre estuvieron mal acostumbrados a tener hijos de alto rendimiento, me refiero al hecho de que mis hermanas mayores también practicaban karate, eran muy buenas en su categoría, pero también eran "las estudiantes", las dos sacaban diploma de primer lugar de aprovechamiento desde primero hasta sexto, ambas fueron capitanas de la escolta, ambas campeonas del concurso regional de escoltas, etc.

Para alimentar un poco la mala costumbre de mis padres, mi hermano, que es un año más chico que yo, resulto ser todo un geniecillo.

Siguiendo el mal ejemplo de mis hermanas, se le ocurrió la puntada de seguir sus mismos pasos, y sacar primer lugar de aprovechamiento de primero a sexto, resultar muy bueno y marcial en los torneos de katas; y entre sus muchas otras gracias, ganar la olimpiada de matemáticas a nivel estatal, es decir, en su momento llego a ser el estudiante más destacado en matemáticas en todo el Estado de México.

Hubo un par de años que el Festival de Fin de año en la escuela fue verdaderamente patético, mencionaban los cuadros de aprovechamiento: y en 6to. "A" Fulana Castañeda, primer lugar de aprovechamiento, en 5to. "A" Sutana Castañeda, primer lugar de aprovechamiento... 3ro. " B" un Castañeda no figuraba en la lista, 2do. "A"  Perenganito Castañeda, primer lugar de aprovechamiento.

Ya se imaginarán a los Señores Papás Castañeda, todos orgullosos de sus hijos de alto rendimiento, con la salvedad de que el Pablo, pus como que había salido, con capacidad intelectual diferente.

Eso si, en toda la primaria y la secundaria mi mamá era muy solicitada por todos los profesores a causa de los desmadres que organizaba en mis respectivas clases, ya que me caracterizaba por ser un niño muy "inquieto", que no burro, quiero aclarar, porque no es lo mismo ser de mente desmadroza que no tener coeficiente intelectual, es muy diferente.
Cuando ingresé al bachillerato de la UNAM, al primer intento y con el promedio mínimo con el que te dejaban participar que era de 7.5, anoto: por desmadrozo, no por burro; comprobé que igual y en realidad la escuela no debería ser mucho problema.

Por esas épocas de bachillerías al cumplir años me atormentaba la idea de no tener dinero para cotorrear y comprarme la ropa de marca, los tenis importados, e ir tan seguido a los antros de moda.

Y aunque para ser honestos mi amado padre siempre me cumplió muchos de mis caprichos, sobre todo en los tenis y los discos (vicios que hasta estos días conservo), pues la verdad es que para un adolescente CCHero, nunca es suficiente, luego entonces, cada vez que cumplía años me traumaba, ya no por no ser buen hijo, sino por no poder ir a todos lados con los cuates o por no tener dinero para invitar a la novia a todos lados.

Que ahora que lo recuerdo, afortunadamente el asunto de las novias exigentes, nunca fue problema, ya que en las que sí lo había, ellas mismas se encargaban de resolverlo, terminando con el pobretón, ya ven que eso casó nunca sucede entre hombres y mujeres.

Honestamente mi novia del CCH fue por mucho la mejor pareja que pude haber tenido en muchos aspectos. Además siempre estaré orgulloso de la solución tan padre que tenía el asunto del dinero, ya que en esos entonces yo no lo tenía en el bolsillo, pero si contaba con una casa, un patio amplio, un súper sistema de sonido cortesía de mi padre y los discos de moda, así que igual y no le entraba con mucho a la coperacha, pero gracias a las licencias de mis padres, sí había cede oficial para las fiestas y teníamos lugar asegurado para armar el revén a lo grande con sonido, música y espacio para el bailongo.

En mi era universitaria, las preocupaciones por los dineros destinados al esparcimiento dejaron de hacer tanta mella y se incrustaron en el temor de la cuestión laboral, en saber si podría colocarme en el estrecho mundo de los medios de comunicación.

El ser buen hijo ya no me preocupaba mucho, ya que mis padres tuvieron a bien decirme que aquello que me hiciera feliz a mi, también los haría felices a ellos y yo les tome la palabra. El sacar buenas calificaciones tampoco fue una preocupación, ya que al estudiar, lo que hasta la fecha considero mi vocacion, en realidad no hizo complicado obtener buenas notas; obvio dicho descubrimiento vino gracias a una de las famosas charlas de mi padre, con ella me di cuenta y entendí que nuestro camino debe estar  sometido a lo que cada uno de nosotros quiera de la vida y no circunscrita a caprichos banales por complacer a nadie, incluso a nuestros propios padres, por muy merecedores de complacencia sean. Ellos mismos me ayudaron a entenderlo y les agarré la palabra.

La preocupación por cumplir años estaba pues enfocada al futuro profesional y laboral.
Ya una vez que inicié mi vida laboral la preocupación o el miedo se postró en la visión individual del éxito, ya que a pesar de que trabajaba como productor de programas de radio, en realidad no ganaba mucho dinero, al menos no para comprarme el muscle car con el que había soñado desde mis tiempos universitarios.

Dicho deseo nació una noche en la que atravesando las canchas de Acatlán, hasta el paradero de los microbuses, en medio de tremenda lluvia de verano, pasó un Pontiac Firebird Trans Am, negro, nuevecito, a la velocidad precisa para pasar por un bache y salpicarnos hasta bañarnos por completo a mi y a la chica amada.

Mientras ella gritaba y maldecía, yo solo alcance a limpiarme la cara y expresar con toda mi determinación, YO VOY A TENER UNO DE ESOS. Deseo que afortunadamente, después de algunos vuelcos de la vida y unos cuantos años después fue satisfecho... y que me compro al Trans Am!!!

Ya entrados en los treinta mis miedos a cumplir años dejaron de estar al son de la colocación laboral y entraron al ámbito de la seguridad, me preguntaba cada año que sería de mi si no pudiera conservar las cosas adquiridas y que de alguna manera eran las que me hacían "tener" el tan anhelado estatus, el carro, los trajes caros, las corbatas de seda, los más novedosos gadgets. Confirmando con ello lo expuesto por los estudios de mercado, que afirman que los de nuestra generación X, nos esforzamos en la vida por conseguir estatus.

Al llegar el año 35 una extraña sensación me invadió, ya no era saber si era buen hijo, buen estudiante, buena pareja, buen profesionista, buen empleado, si había alcanzado el anhelado estatus. Todo eso se desvaneció en un segundo y me invadió el miedo a hacerme viejo.

Desde pequeño escuché que el hombre comienza su debacle a partir de los 35, y yo los estaba cumpliendo, sentía que era demasiado tarde para hacer las cosas que me gustaba hacer, y que era momento de tener un comportamiento, más ad hoc con mi reciente edad. Me aterraba la idea de verme madurito, de que los veinteañeros me vieran despectivamente y me dijeran "hazte a un lado pinche viejito".

Pero al paso de los días de ese casi traumático cumpleaños 35 me pasaron cosas muy padres, que desarrollaré en otra ocasión y que me hicieron darme cuenta de muchas cosas, entre ellas:

1. Que cada quien está donde debe estar en este preciso momento, y que son las decisiones que tomamos a diario las que nos llevan a ese lugar, que bueno o malo, alivianador o angustiante, no lo sé, pero es sólo nuestro. Y debemos disfrutarlo.

2. Es completamente falso que todo tiempo pasado fue mejor, creo que para trascender es necesario olvidarlo todo, incluso los buenos momentos, para aspirar a vivir el día como sí fuera único, e ir construyendo nuestra leyenda personal con lo vivido a cada instante.

3. Sí podemos aprender en cabeza ajena, y que no hace falta que nos sucedan mil tragedias para hacernos a un lado y pasar de largo las experiencias amargas. En la mayoría de los casos, es cuestión nada más de abrir un poco más los ojos y observar detenidamente lo que sucede a nuestro al rededor, y dar gracias a la vida por evidenciar tantas pruebas de su maravilloso devenir.

4. A final de cuentas no importan los obstáculos que se te hayan presentado en el camino, lo importante es que hasta hoy los has vencido y la muestra fehaciente es que estas aquí y ahora.

5. Que en mis años pasados el miedo movió mi espíritu para poder salir adelante y que si te atreves, el miedo es bueno porque nos obliga a sacar el coraje y el valor necesarios para sobrevivir.

Y las tormentas pasan... siempre pasan.

Ahora, ya en este cumpleaños, en el que subo al cuarto piso, puedo confesar que los años pasados y mis miedos vividos me han ayudado mucho, me han forjado, me han llevado a ser lo que estás leyendo.

Dejarlos atrás, me reconforta y me hace saber que en realidad no pasa nada malo con el transcurrir del tiempo, al contrario, siento que el haberme traumado tanto en otras épocas, me da la paz necesaria para contemplar como un gran regalo cada día que me reste de vida, así que esta vez sin traumas puedo decir: bienvenido a los cuarenta!!!

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