lunes, 3 de septiembre de 2012

Mientras los otros jugaban Futbol




Habrá sido en el verano de 1985, durante las vacaciones largas de la escuela; cuando casi salía de la primaria; cuando escuchaba “the power of love” de Huey Lewis and the News  a diario hasta aburrir a mi madre; cuando escuchaba la estación Sonido 89 y me encantaban las rolas de Wham! y Culture Club sin tener la mas mínima idea de que George Michael y Boy George eran gay’s; cuando el Atari se convirtió en la primera, de muchas por supuesto, obsesión por los aparatos electrónicos para esparcimiento, mejor conocidos actualmente como gadgets; cuando leería mi primer cómic de Batman, y nacería un hambre incontrolable por muchos años, de saber lo que hubiera que saber del encapotado.
En tiempo de vacaciones de verano eran muy escasas las posibilidades de salir de la rutina del diario de los que vamos a la primaria: levantarte tarde, “ayudar” en los quehaceres de la casa (cosa que obviamente en mi caso no aplicaba mucho, no soy muy bueno para los quehaceres domésticos y la verdad mi madre moría de la desesperación antes de siquiera concluir la tarea encomendada, por lo que no dudaba en mandarme al carajo y hacerlo ella misma), y aburrirte, salir un rato a jugar, casi siempre con mi hermano y quizá con alguna de mis hermanas y sus amigas, a diferencia de aquellos que tenían cuates en la cuadra, cosa que a mi como que no se me daba mucho, ya que nunca me pude llevar muy bien con los otros niños que vivían en mi calle, simplemente porque teníamos otra forma de vivir y de divertirnos.
No crean que es un episodio triste de mi vida, honestamente creo que muy al contrario, fue precisamente en esa época en la que me di cuenta que no me gustaba el pambol(futbol fucho o como le quieran llamar) y de hecho es algo que jamás sucederá. Odio el pinche pambol y todo lo que representa: güeyes y ahora también güeyas alrededor de una mesa, con botanas, chelas viendo a veintidós monitos corriendo tras un balón… no ma… que weba!!!!
También me di cuenta, casi de manera simultánea, que tampoco era muy bueno para relacionarme con los güeyes a los que sí les gustaba jugar futbol y todo lo que ello implica: romperle las rodillas a los pantalones de los uniformes, meter el cuerpo, ir con los tacos por delante, rasparte brazos y piernas solo por la gloria de barrerte ante el contrario, y las respectivas historias bobas de lo que según para ellos era ser muy macho: pelearse con las niñas, correrlas y decirles “esto es cosa de hombres” y en el más extremo de sus actos de valentía y arrojo, levantarles la falda “a la mala” para verles los calzones, filia que sigo sin entender, ya que a mi nunca se me hizo nada atractivo ni excitante verle a la mala, los calzones a las niñas.
Tampoco me mal entiendan, fue precisamente a esa edad, en donde tuve que decidir entre aprender a jugar futbol, romper las rodillas a mis pantalones y tratar de caerle bien a los güeyes que me caían gordos; o, jugar al papá y a la mamá con las hermanas y las primas de lo weyes que me caían gordos, que de hecho aun me cagan, nada mas los veo y me dan ganas de romperles cuanta madre. Afortunadamente para mí,  la vida ha hecho lo suyo y no fue necesario que se las rompiera a todos, ya que la vida misma se las rompió, imagínense, si antes estaban feos, ahora ya ni les digo, rayan en lo espantoso.
Estoy seguro que algunos de ustedes, sobre todo los hombres dirán: sí con razón decíamos que el Pablo era medio jotito… un güey que no sabe jugar fucho de seguro es maricón, ante lo cual me gustaría que reflexionaran lo siguiente, al menos por un minuto: “¿que creen que es lo que hacía el Pablo con las hermanas y las primas de los güeyes que le caían gordos, en las que de manera misteriosa se desaparecían, de manera alternada, es decir, un ratito con una, un ratito con otra, mientras ellos jugaban futbol????”
¡¡¡ Exacto!!!... nos la pasábamos besándonos, tocándonos, observando la diferencia entre tener una rayita o un palito, jugando al divertidísimo juego del papá y la mamá, donde todo era acostarse juntos y darse unos buenos arrimones y darse muchos besos, hacer como que ya amanecía, fingir que se iba uno a trabajar, regresar a la casita, disfrutar de los dulces, los bofitos, los chicharrones o lo que las niñas tan amablemente habían comprado, con su dinero, para poder jugar a la casita y así, en un va y ven sin fin, ir alternando, con cada una de ellas, ya que eran muchas mujeres que querían ser la mama y yo, al ser el único “rarito” que no se interesaba por el pambol, tenía que sacrificarme a ser el “único papá” que se la pasaba acostado, besando tocando, comiendo dulces en la eterna jornada que iba desde las tres de la tarde hasta que el sol se ocultaba.
Debo confesar, que aun en estos tiempos, en los que ya todo se hace de manera mas consciente y madura, prefiero mil veces estar charlando en una cena; o en el cine; o bebiendo en algún bar, en la grata e incomparable compañía femenina, que estar bebiendo, discutiendo de quien tiene el carro mas chingón o presumiendo quien lo tiene mas grande o quién es mas poderoso o quien tiene mas dinero, que por lo general es la materia que se tiene para discutir entre mas de tres hommo sapiens juntos.
Así que si alguna vez me invitan a ver el pambol en un bar propicio para ello, y en pleno festejo del gol de la selección me buscan para que compartamos la dicha del triunfo, nos abracemos pletoriques!!!! y simplemente no me encuentran, no se preocupen demasiado, quizá estaré muy ocupado, en la zona de fumadores, en la terraza, o de plano, al fondo del bar entreteniendo a la novia ignorada de algún pambolero de hueso colorado, que después de eso, seguramente le hallará el encanto a otra aburrida tarde de futbol.

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